¡Ya estoy hasta la madre!

Los mexicanos somos solidarios ante una tragedia.
Acudimos a aportar nuestra ayuda, sin importar si hemos cursado la universidad o la primaria, si nos sobran los recursos o nos faltan, si somos viejos o jóvenes, mujeres o hombres.
Ante el dolor y la tragedia nos presentamos.
Curiosamente no somos solidarios para prevenir muchas de estas tragedias.
Es necesario que el niño se ahogue en el pozo para que la autoridad –gobierno, policía, funcionarios- cumplan con su obligación; o para que cualquier miembro de la sociedad civil participe en apoyo de las víctimas.

¿Por qué digo esto? Porque pareciera que esta ciudad, este país y su población no es nuestra: No nos sentimos responsables de cuidarla ni de protegerla.
Nuestra autoestima aumenta en la medida en que rompemos reglas: Pasar la luz roja, estacionarnos en segunda y tercera fila, manejar el microbús y entrar al periférico y bajar pasaje en cualquier momento; manejar un camión, meternos al periférico, conducirlo por el segundo piso; tomar alcohol y evitar el alcoholímetro; ir a exceso de velocidad por cualquier calle.

Es interminable la lista de cuántas veces durante un día cualquiera nos congratulamos de cometer actos contrarios a la civilidad, de lesionar a otros con nuestra irresponsabilidad y, además, negarnos a asumir los resultados de nuestros actos o de nuestra indiferencia.
En innumerables ocasiones la excusa siempre es la falta de educación.
Pero esa falta de educación se da tanto en el que no terminó la primaria, como en el que tiene un título universitario, tanto en el industrial, como en el obrero, en el funcionario, en el diputado, en el policía, en el barrendero o en el juez.

Nadie asume su responsabilidad por cumplir con la más mínima solidaridad ante su prójimo.
Mal de muchos no es consuelo.
Siempre a los mexicanos se nos cae la sal, pero no decimos que la tiramos.

Yo quisiera hablar de José, mi sobrino.
Al hablar de él, hablo en nombre de todos aquellos que enfrentan una situación terrible pero que se pierden en el anonimato.

José es un muchacho de 23 años, pasante de medicina.
Siempre quiso ser médico porque desde pequeño ha visto sufrir a su mamá de esclerosis múltiple.
El otro día salió de hacer su guardia en el Hospital ABC de Observatorio; regresaba a casa para comer con su familia.
Había salido del periférico y esperaba el cambio de luces para tomar la calle que lo llevaría a casa.
De pronto, le cayó encima un camión de la basura que circulaba de manera prohibida por el segundo piso del periférico.
Cuando llegaron los rescatistas a auxiliarlo, les pidió que tuvieran cuidado al moverlo porque se le habían roto la quinta y séptima vértebras.
Todavía alcanzó a decirle a su hermana antes de que entrara a cirugía: “No sé qué me pasó, pero de pronto tenía la cabeza en el estómago”.

Después de 15 horas de intervención quirúrgica y de haber permanecido en coma varios días, los médicos aún no pueden asegurar si va a recuperarse.
Así, la vida de un joven comprometido en la medicina –junto con un grupo de compañeros estableció un banco de sangre para personas de escasos recursos- está ante una encrucijada de sobrevivir, de recuperar sus capacidades, de morir, de vivir incapacitado.

Esta situación y su desenlace afectan profundamente a su familia.
Ésta, como tantas otras tragedias, se podría haber evitado si sólo fuéramos solidarios con nuestros conciudadanos: si la policía cumpliera con su labor de vigilancia, si nuestros funcionarios velaran por los intereses de los ciudadanos, si nosotros denunciáramos la impunidad de los irresponsables.
¿No habrá un número 911 en México en el que podamos pedir ayuda: Porque a la vecina la está golpeando su marido, porque un pequeño anda extraviado, porque una pipa de Pemex o un tráiler circulan dentro del periférico, porque hay vehículos que transitan a exceso de velocidad, porque hay un hoyo en el pavimento que puede ocasionar que un auto pierda el control, porque los peatones cruzan vías de alta velocidad en vez de utilizar un puente, porque…? Es interminable la lista.

Tenemos que exigir que los que han sido escogidos para gobernar, cuiden de su población y no de sus intereses políticos, que los ciudadanos cuidemos de nuestra ciudad, de nuestro país y seamos solidarios con nuestra gente para prevenir tragedias, y no sólo cuando éstas ya han ocurrido.

Por Susana Zabaleta

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